La tensión de ser y hacer comunidad

Vivir en comunidad no es igual que vivir en la comunidad. Al pensar que nuestra vida está orientada a vivir en comunidad, entendemos que actuamos en amor, respeto, solidaridad y sobre todo en unidad. La base de ella es la comunicación. Como respuesta, la buena retroalimentación permite que haya un flujo de ideas, emociones y expresiones que conecten y hagan del compartir uno grato. Se comparte y se disfruta simplemente el hecho de estar presente. Para estar en comunidad no hay que estar siempre de acuerdo, pero hay que estar. No puede haber comunidad en ausencia.

En cambio, vivir en la comunidad tiene como base estar ubicados en una localización particular donde se comparten espacios comunes. Allí está el mercado, la escuela, el hospital, el parque, la iglesia entre tantas cosas más. También están las casas, las calles y los centros de operaciones gubernamentales. Tiene que ver con el lugar. Requiere lo evidente a la vista y que conste que haya espacios para compartir.

La realidad es que sabemos que podemos estar en la comunidad, pero no necesariamente vivir en comunidad. De igual manera, es probable que podamos vivir en comunidad entre quienes compartimos las mismas ideas, pero no necesariamente estar en la misma comunidad. Esa es la gran tensión que requiere pensar que somos comunidad. De ahí que muchos pensamos que la iglesia es el templo, cuando en efecto es la gente. Sin embargo, muchos hemos confundido ser iglesia con el templo. Ahí la iglesia se convierte en un espacio cerrado que hace su propia comunidad, pero no es parte de la comunidad. Este es el gran reto. Nos toca ser y hacer comunidad.

En una ocasión Jesús caminaba por Samaria. Allí fue a pedir agua en un pozo donde estaba una mujer samaritana. Los samaritanos y los judíos eran un perfecto ejemplo de vivir en la comunidad sin ser comunidad entre ellos. Podían compartir algunos espacios comunes sin la intención de relacionarse estrechamente con ellos. No obstante, Jesús llegó allí y conversó con aquella mujer que estaba sola.  Ella no podía buscar agua con las otras mujeres que “no eran parte de su comunidad”.  Este es el gran reto de ser iglesia. Ir a tomar agua con quienes se les ha dicho que no pueden compartir entre nosotros.

De ahí que hemos comenzado a pensar que se trata de estar en nuestro entorno para ser sal y luz de la tierra. Se trata de salir y ser. Se trata que el templo sea refugio, pero no confundirlo con ser iglesia. Se trata de entender que hay que estar por la comunidad más que en la comunidad. Se trata de subsanar lo que nos ha separado y hacer puentes para mostrar a Cristo.  En momentos de trifulcas, de ideas político partidistas que intoxican, nos toca hablar y hacer la política del reino de Dios.  Así lograremos la justicia, el gozo y la paz que promueve el evangelio. Ya lo hemos dicho antes, no podemos hacer de la buena noticia, una mala noticia al no promover el verdadero encuentro con Jesús.

Aquella mujer que tuvo ese encuentro con Jesús le dejó saber a los otros samaritanos que había al menos un hombre que estaba dispuesto a compartir con ellos y que era el enviado de Dios.

El resultado fue extraordinario. Así lo suscribe el evangelio de Juan: “Muchos de los samaritanos que vivían en ese pueblo creyeron en Jesús por las palabras que les dijo la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Cuando los samaritanos llegaron donde Él, le suplicaron que se quedara con ellos. Jesús se quedó allí dos días, y muchos más creyeron después de oírlo hablar. Le dijeron a la mujer: ―Ahora creemos porque nosotros mismos lo hemos oído, y sabemos en verdad que el es el Salvador del mundo” (Juan 4: 39-42, NBV). Confiamos en estar por y para nuestra comunidad.

Bendiciones,

Eliezer Ronda Pagán