Conforme pero no conformista

En el desarrollo integral del ser humano, hay un bombardeo por ser personas que aspiramos a más. Nos invitan a no quedarnos en la zona de la comodidad y buscar el desarrollo mientras nos exponemos a ejercicios y actividades que no son sencillas para nuestra vida. De ahí que se habla de no ser conformes, sino que aspiremos cada vez más a alcanzar nuevos logros como parte de nuestra formación. Esa mentalidad y visión es atractiva y entusiasta porque nos invita a no quedarnos iguales. Nos desafía a crecer y ese debe ser el objetivo en tanto y en cuanto estemos enfocados para qué queremos crecer.

Nos encontramos en pleno proceso de desarrollo como iglesia en lo que hemos llamado el Reto Metropolitano. Nuestra intención es justamente esa. Queremos desafiar la iglesia para no quedarnos en la zona de la comodidad. El propósito es alcanzar el potencial que Dios nos ha dado, pero en la medida que lo hacemos conforme al propósito de Dios. Con eso, no aspiramos a ser conformistas en querer quedarnos como estamos. Pero tampoco en que presumamos que de manera sutil, nos glorifiquemos a nosotros mismos. Nos referimos a ser conformes, pero no conformistas.

Pablo, cuando escribe en el libro de Romanos, destaca la diferencia entre conformarnos al mundo y en ser conforme al propósito de Dios. Me parece que cuando aspiramos al desarrollo de metas y queremos más y más, con la excusa de tener sin ser, nos movemos peligrosamente al escenario de ser conforme a las ideas de alcanzar metas a costa de lo que sea. De ahí que destaca que “No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2, RVR 1995). La intención del autor es que nos cuidemos de ser conformes al ruido de los afanes del mundo y sus engaños. Nos corresponde que nos dispongamos a ser conforme al propósito de Dios.

Por eso, Pablo había escrito un poco antes que: “Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. A los que antes conoció, también los predestinó para que fueran hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:28-29, RVR1995). Crecer por crecer puede ser peligroso. El propósito es crecer conforme al propósito de Dios en nosotros.

El cristiano está llamado a crecer. La vida en Cristo supone un cambio y desarrollo de la fe. Jesús le llamó a eso dar fruto. En la medida en que demos fruto de lo que Dios ha hecho con nosotros, nuestra transformación es conforme a Él. En la medida que “nuestro crecimiento” nos enaltezca a nosotros y escondamos a Dios como plato de segunda mesa, nuestra transformación es disfraz de piedad que refleja inmadurez.  Seamos conformes, pero no conformistas.

 Bendiciones,

Eliezer Ronda