Lo que el viento no se llevó

Para la década de los años 30 del siglo pasado surgió la famosa novela titulada “Lo que el viento se llevó”. Su trama se ubica entre cómo las tradiciones y aun los romances eran amenazados con los efectos de la guerra civil en el sur de los Estados Unidos durante su proceso de recuperación. Allí, entre desamores y la desigualdad racial se desarrolla una trama que intenta destacar que el viento se lleva las cosas del pasado. La pregunta es, ¿verdaderamente, el tiempo puede hacer eso?

Por otro lado, hay una expresión que destaca que las palabras se las lleva el viento. Cuando las personas ven que las acciones no van conforme a las palabras que se dicen, surge la decepción por tener expectativas no materializadas. No es posible un discurso que no esté amarrado con el testimonio y las señales que ayuden a sostener lo que se expresa.

Por eso, nos acercamos al evangelio de Juan.   Para auscultar cómo lo que el autor identifica como el logos, que traducido es palabra. En este caso, la palabra se hace convincente no tan solo por la expresión, sino por la encarnación que eso implica para el mundo. En ese caso, no es palabra que se localiza en la distancia, sino que se matiza en la cercanía con el ser humano.

El evangelio de Juan es una repuesta a quienes piensan que el viento es más potente el mensaje del evangelio. Ahí, entre señales y el tiempo, nos recuerda que la palabra es transformadora. Nos toca recibirla y creer en ella. Por eso escribe: “Aquel que es la Palabra estaba en el mundo; y, aunque Dios hizo el mundo por medio de él, los que son del mundo no lo reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no lo recibieron. Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1:10-13, DHH).

Nos encontramos en un país que vive en una guerra civil fría de mucha tensión. Fuimos azotados por un huracán feroz que destruyó nuestra infraestructura. Es ahí, donde surgen las palabras encarnadas en Jesús como aquella que trasciende el viento y permanece en el tiempo. Ahí vemos su gloria. Cristo es el logos. Es la palabra de Dios que se traslada a los procesos del desamor del pecado y la destrucción de la desigualdad para brindar esperanza. Ahí el evangelista escribe: “Entonces la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y fidelidad. Y hemos visto su gloria, la gloria del único Hijo del Padre” (Juan 1:14, NTV).

La palabra viva está entre nosotros para darnos vida y esperanza. Después de todo: su palabra es luz. Así lo manifestó Jesús al decir: “Yo soy la luz del mundo. Si ustedes me siguen, no tendrán que andar en la oscuridad porque tendrán la luz que lleva a la vida” (Juan 8:12, NTV).  Caminemos en su palabra. Esa no se la lleva el viento ni tampoco el tiempo.

Bendiciones,

Rev. Eliezer Ronda Pagán