Por el techo

Hay momentos en que sentimos enojo y coraje. Esto puede ser porque nuestra paciencia se agota y descargamos nuestra frustración. Por otro lado, puede ser el resultado de la indignación que experimentamos cuando notamos el abuso o maltrato ante aquello que amamos.  Las razones son distintas. El descargue de igual manera es diferente. Nos incomoda lo que sentimos y como es conocido de manera coloquial, nos salimos por el techo. Esa expresión quiere decir que nos pasamos de aquello que pensábamos que nos aguantaba.

La realidad es que durante el enojo y manejo de la ira se tiende a revelar quiénes somos en realidad. Es durante el despliegue de nuestro coraje que podemos decir, manotear y actuar a base de lo que contenemos, que ante las emociones encontradas, se manifiesta como no pensábamos. Se manifiesta lo oculto. Quedamos retratados en lo que nos da vergüenza.

Todos, en algún momento, nos hemos ido por el techo. En algunas ocasiones, pudiera ser que hayamos perdido los estribos y en otros, es probable que estemos a punto de hacerlo. Lo interesante es que el rostro amable y tierno de quienes vemos amables, en un estado de ira se transforma y pudiera asustarnos. Es ahí que la ira revela el carácter y con ello muestra quiénes somos.

El evangelio nos habla acerca de la ira de Dios. Para muchos, se torna en algo absurdo, puesto que un Dios tan amoroso, no pudiera reflejar un estado airado y condenatorio para la humanidad. En cambio, lo que tenemos que considerar es en qué consiste la ira de Dios y hacia quién es. Su ira no es hacia el ser humano sino, hacia el pecado. Su ira es la indignación hacia el pecado que altera nuestro carácter y nos aleja de lo que Dios anhela que seamos. Podemos leer que “El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo Unigénito de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos” (Juan 3:18-19, NVI). Amar lo que nos hace daño y altera el propósito de Dios para nuestra vida nos condena. Hace que perdamos el norte y quedemos bajo el dominio de lo que distorsiona nuestra vida. Creer en Dios no es decir o manifestar unas ideas para que la vida nos vaya mejor. Creer en Dios es decidir poner nuestra vida y confianza en Él para que disfrutemos de su plenitud.

En una ocasión un grupo de amigos llevaron a su amigo paralítico a ver a Jesús a una casa que estaba atestada de personas. Su resolución fue bajar por el techo de la casa al hombre impedido. Literalmente se fueron por el techo. Sin embargo, el techo de aquella residencia no era el objeto de la frustración, sino de la esperanza de esos amigos. Al bajarlo, la expresión de Jesús fue: “Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico:—Hijo, tus pecados te son perdonados” (Marcos 2:5, RVR). Sus palabras no eran condenatorias, sino sanadoras. La reacción de los escribas de ese lugar, no se hizo esperar en incomodidad por haber perdonado al paralítico. Jesús, en cambio mostró que no solo sus palabras perdonaban, sino que restauraron el caminar de aquel hombre que estaba incapacitado por su condición.

El techo que muchos identificamos como la fuente de nuestra ira, es el escenario para que retomemos la esperanza y volvamos a caminar con libertad. Después de todo la ira de Dios nos es para condenarte, sino para salvarte.

 

Bendiciones,

Eliezer Ronda Pagán