Acepta el cuidado y protección de Dios

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. (Mateo 11:28)

Recuerdo que en mis primeros años de universidad tenía un profesor de biología extraordinario y muy particular.  Desde el primer día que llegamos al curso, alineaba los pupitres justo en la raya que dibujaban las losas del salón. Su postura era impecable y toda su proyección era casi perfecta. El día que inició el tema del sistema respiratorio, nos pidió respirar lentamente, imaginando cómo el aire fluía hasta la punta de nuestros dedos y luego hacía el recorrido para ser exhalado. Y fue más allá. Nos compartió que cuando el cansancio le agobiaba, respiraba lenta y profundamente, imaginando cómo circulaba el aire por todo su interior, preparando su cuerpo para un descanso reparador.  Ciertamente respirar es un milagro, es sanador, tranquilizante y nos permite disfrutar de espacios de refrigerio y descanso. 

Como seres humanos, aspiramos a controlarlo todo y cumplir con las expectativas personales y externas, aun cuando no logremos los resultados esperados.   Experimentamos desgaste físico, mental o emocional por nuestras responsabilidades cotidianas. Pero también, aquello que no podemos controlar, produce en nosotros esa fatiga que nos pesa quizás, hasta llevarnos a expresar que las circunstancias de la vida nos están aplastando.  ¿Y quién no se ha sentido así en momentos particulares de la vida? El cansancio llega y nos agobia. Es ese cansancio que arrastramos, sin importar las horas de sueño que podamos experimentar. Es esa pesada carga, quizás provocada por nuestros pensamientos, por la incertidumbre que vivimos y en momentos por el esfuerzo humano para agradar a Dios.   

Jesús nos hace una invitación bondadosa y sin condiciones: “Venid a mí los cansados y los que tienen cargas pesadas, que yo los daré descanso”.  Solo tenemos que reconocer nuestra necesidad y aceptar su llamado. Poder ir a Jesús rejuvenece nuestro interior y nos permite experimentar esa paz que sobrepasa todo entendimiento, la cual necesitamos. El respirar es un milagro.  Recuperarnos de ese cansancio que nos agobia, también lo es. Ese milagro está basado en la naturaleza misma de nuestro Dios, el Eterno, creador de los confines de la tierra, que no se cansa ni se fatiga.  El maravilloso Dios que da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas (Isaías 40:28 y 29).

Hoy quiero respirar intencionalmente, imaginar el recorrido del aire por el interior de mi ser, mientras en mi mente se escucha la música y acepto la invitación de Jesús, una vez más…: “♪Tú eres mi respirar, Tu eres mi respirar, Dios tu presencia vive en mí♪” “♪Tú eres mi paz Señor… Y yo te anhelo Señor♪”

Iris de León Ruiz