Boletín

El aplauso de las canas

Hace un tiempo recuerdo una campaña lanzada por uno de los gremios de maestros de Puerto Rico, que su lema era: Si lees esto, agradécelo a un maestro. El propósito era destacar la importancia y relevancia de los maestros en que pudiéramos hacer las cosas más prácticas en la vida para seguir a lo más complejo. Recuerdo haber tenido un dirigente de béisbol que decía que lo más importante era llegar a primera base, por que para anotar una carrera, no se podía contar, a no ser que se pasara en primero por allí.

Lo que aprendemos, es por alguien o una comunidad de personas se tomó el tiempo de enseñarlo. En mi caso, como ya he compartido en otras ocasiones, mi experiencia cristiana fue formada en la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en San Patricio por muchas personas muy significativas. Pudiera decir que la mayoría eran personas ancianas. Mi pastor Vicente ya tenía su cabello emblanquecido desde que nací. Mi maestra de Escuela Bíblica era Irene que también era anciana en edad. En los estudios bíblicos estaban Ramiro, Isabel, Jorge Luis, Félix y mi abuela Paulina. Cuando quise ir de seguido a la iglesia de lleno en la semana, me buscaban en la guagua de la iglesia y mis compañeros de viaje eran Ruperta, José Raúl, Eufracia, Chu, entre otros más. Todos ellos sobrepasaban los setenta años y algunos, los ochenta.  Allí iba este "coloraíto" que era un adolescente “jalao” con sus “panitas viejitos” en la trulla para el templo. En ese caso, diría que si hoy tengo fe, se lo agradezco a un viejito.

Puerto Rico cada vez más es un país donde los jóvenes salen de la Isla y muchos demógrafos destacan que son los envejecidos quienes quedan mayormente poblando el país. Con ellos, queda mucha experiencia y sabiduría que ha construido desarrollado oportunidades de vida a la Isla. Si ciertamente, la renovación generacional es fundamental para nuestra tierra, podemos destacar que quienes han pavimentado el camino por donde transitamos son significativos para lo que hemos alcanzado y también por lo que nos resta lograr.

En el texto bíblico, vemos como el llamado de Abraham para trazar que sería de bendición a todas las familias de la tierra, surge desde su vejez hacia el futuro. Desde lo que para muchos era imposibilidades y anulación, para Dios era importante el desarrollo de la fe para la vida de las futuras generaciones. En la Metropolitana, contamos con la bendición de tener a personas que han recorrido por primera base antes que muchos. Lograr ser una iglesia que impacte, necesita que quienes han pasado por “primera” sigan animando a quienes tienen su turno al bate, mientras siguen haciendo el recorrido de bases. Todo eso, sin descartar que es posible forjar esperanza mientras soñamos juntos.

Así lo dijo Caleb: Ya han pasado cuarenta y cinco años desde que el Señor hizo la promesa por medio de Moisés, mientras Israel peregrinaba por el desierto; aquí estoy este día con mis ochenta y cinco años: ¡El Señor me ha mantenido con vida! Y todavía mantengo la misma fortaleza que tenía el día en que Moisés me envió. Para la batalla tengo las mismas energías que tenía entonces” (Josué 14:10-11, NBD).

Hoy celebramos la tercera edad. Aplaudimos la canas. Festejamos que somos una iglesia con vida. Que Dios nos bendiga hasta la vejez y seamos inspiración de vida para quienes seguiremos viendo en el camino.  

Bendiciones,

Rev. Eliezer Ronda Pagán

 

 

 

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La transmisión en la comisión de la misión

Recuerdo cuando comencé a manejar automóviles. La gran mayoría de los adolescentes anhelan el momento de llegar a los 16 años para tomar el famoso examen de la licencia de aprendizaje y el de “la buena”, que es la licencia de conducir. Como novato en el volante, lo que pensaba era en montarme en el carro, echar gasolina cuando el tanque estuviera vacío y arrancar a la calle. Podría decir que lo que uno quiere es calle. La conclusión de ese detalle es que la ignorancia es atrevida. Esa inmadurez de mi parte hizo que se “esbielara” el carro. Ni el motor funcionó. Peor aún, la transmisión se arruinó. Por más gasolina que tenga el tanque del carro, si no se le da mantenimiento al motor, entre otras partes del vehículo, terminamos con un carro inmóvil e incapaz de poder lograr el propósito para el que fue diseñado.

Este detalle es esencial para reflexionar sobre el llamado que tenemos como discípulos de Jesús. Su convocatoria para que hagamos discípulos en todas las naciones la conocemos como la gran comisión. Es la tarea esencial de la misión de discipular, de compartir el evangelio para dar esperanza de vida. Es decir, al conocer a Cristo y consagrar nuestra vida para servirle, lo idóneo es tener una licencia de aprendizaje. En otras palabras, para hacer misión, hay que ser discípulo. Para ser discípulo, hay que tener un corazón enseñable y humilde. Pero como yo hacía en la adolescencia, preferimos guiar antes que aprender. En el proceso de comenzar a manejar nos entusiasmamos con lo que vamos logrando. Al no aprender, se afecta la transmisión del carro y nos quedamos parados sin poder llegar a ninguna parte.

Nuestra historia como iglesia Metropolitana se remonta a la pasión que movió a un grupo de jóvenes que bajo el nombre de la Agrupación Discípulos en Acción (ADA), comprendió que era fundamental compartir a través de la canción lo que es nuestra misión del evangelio. No se puede estar silente e inmóvil ante el llamado urgente de predicar el evangelio. No se puede callar ante una gran noticia de esperanza en el mundo. Dios nos ha permitido ver cosas muy hermosas en todos estos años como iglesia. Eso nos ha enseñado que la canción no es solo música, sino composición que transforma los escombros disonantes en melodías de renuevo.

Puerto Rico está sediento de esperanza. Mira con atención lo que puede ocurrir en su renovación. Hoy hago una llamado a ser discípulos. Convoco a tener un corazón aprendiz que pueda arreglar su transmisión para que al obedecer la gran comisión, podamos hacer la misión de Dios que restaura el corazón.

Bendiciones,

Rev. Eliezer Ronda Pagán

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Padres de hierro

Una de las cosas que he estado haciendo en las pasadas semanas es levantarme bien temprano a caminar por eso de estar en forma y de una vez ejercitarme. Camino cerca de la playa mientras escucho varios podcasts y trato de ponerme en sintonía en oración y aspectos para trabajar en la iglesia. Allí suelo contemplar el mar, mientras piso el pavimento y jadeo por el cansancio de el trayecto que recorro. Al salir, si es fin de semana, me encuentro con decenas de ciclistas que hacen sus rutinas en la zona. Al sumar lo que hago y lo que veo que ellos hacen, pienso en los triatletas que entrenan para esas carreras. Me refiero a los famosos “iron man contests” que constan de nado, corrido y ciclismo. Por lo general, estas competencias requieren 2.4 millas en nado, 112 millas en bicicleta y otras 26 millas en carrera maratónica.De nada mas pensarlo me agoto por todo lo que implica la resistencia y la disciplina de cada una de esas cosas. No me imagino ni haciendo una tercera parte de todo eso.

Ser ironman, u hombre de hierro, significa que debemos perseverar ante cualquier reto o desafío que se apodere de nuestro camino. Hoy celebramos el Día de los padres y como muchos sabemos, los padres para cada uno de nosotros son muy significativos, pero muchos tienden a estar ausentes de la vida de sus hijos por que tal vez es muy difícil aguantar el empuje que eso implica. La paternidad, pudiéramos decir que es como aquella carrera que requiere saber manejar  diversos tipos de disciplinas donde el significado del atleta no es tanto donde terminamos, sino mas bien que completemos el trabajo que hemos comenzado.

Muchos padres tienden a estar ausentes de la vida de sus hijos por estar presentes en asuntos que a fin de cuentas provocan ausencia de asuntos medulares. Ser padre, requiere presencia completa. Algunos expertos de la conducta, le han llamado a eso el “fatherlessness” de los hogares de este tiempo. En la Escritura vemos la figura de Dios como un padre que procura el corazón de sus hijos hacia Él. No es una paternidad enfocada en la fuerza. Es una ubicada en el sentido mas profundo del amor y cariño por el corazón.

El llamado de Dios a nuestro corazón no endurecerlo como el hierro. Es una convocatoria para que tengamos un corazón resistente ante los retos de este tiempo con nuestros hijos. Hoy no se trata de todo lo que alcancemos, sino de cuanto estemos en la vida de los hijos. Si en el recorrido nos hemos fatigado, hoy podemos beber de la fuente de agua viva que nos da vida para continuar. Nunca es tarde para ser padres de hierro. Siempre es tarde para cuando nos rendimos. Así lo dijo Pablo: “no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14,NVI).

Seamos padres resistentes. Seamos padres presentes. Seamos padres perseverantes que vivan alcanzando lo que Dios nos ha prometido. Seamos padres de hierro.

Bendiciones,

Rev. Eliezer Ronda Pagán

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El funeral de la alegría

Hace unos días estaba conversando sobre las dinámicas que surgen en los funerales de nuestra
cultura puertorriqueña. Como pastor tiendo a acompañar a las familias en los procesos de duelo y
acompañamiento este doloroso momento. Hay expresiones en música, lecturas, fotos, vídeos, en
algunos casos, camisetas, guaguas “tumbacocos”, cabalgatas, motoras y cualquier expresión que
las personas que se dan cita consideran idóneas para el momento. Sin embargo, lo más
consistente son las conversaciones que giran en torno a las memorias de la persona fallecida y las
experiencias vividas con ella.

No es extraño para los asistentes hablar con café en mano, galletas en la otra y celebrar el ver
personas que por mucho tiempo no se veían. La muerte de quien ha partido, nos deja con una
convocatoria para vivir el legado de quien ya no está entre nosotros. La partida de ese ser querido es convocatoria de reunión, recordación y promesas de homenajear la vida de quien ya no estará.

Para el cristiano el funeral no es ajeno al dolor. Ahí lloramos y sufrimos la separación de quien
tanto amamos. Sin embargo, no quiero concentrar mi reflexión en la cultura de las ceremonias
lúgubres del velatorio, sino en lo que es la muerte para el creyente en Cristo.
La muerte es expresión esencial de comprender la vida que Cristo nos ofrece a través de su
resurrección. Como ya sabemos, no puede haber resurrección, si primero no ha ocurrido la
muerte. Esta mañana celebramos una de las ordenanzas mas significativas de la iglesia que
vemos en la palabras de Jesús al convocarnos a hacer discípulos en nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo. El bautismo en agua es, en esencia, un funeral. Es un acto de fe en el que
testificamos, tanto ante Dios como ante el mundo, que la persona que éramos antes está muerta y sepultada, y somos resucitados como una nueva creación en Cristo.

Así lo dice el texto bíblico: “Pues hemos muerto y fuimos sepultados con Cristo mediante el
bautismo; y tal como Cristo fue levantado de los muertos por el poder glorioso del Padre, ahora
nosotros también podemos vivir una vida nueva” (Romanos 6:4, NTV).

Hoy recordamos junto a quienes se sumergen en las aguas bautismales que hemos entrado a una
nueva vida. Recordamos niños que han crecido en la iglesia. Recordamos tiempos de encuentro
de fe en otros y celebramos la fidelidad de Dios. No el funeral del dolor. Es el funeral de una
nueva vida hacia la proclamación de la palabra de esperanza a otros. Damos gracias a Dios que
hoy celebramos la vida en este funeral de la alegría.

Bendiciones,
Rev. Eliezer Ronda

La luz más allá de los huracanes

El pasado viernes, 1 de junio, comenzó la temporada nacional de huracanes. Es el momento cuando se nos deja saber que las aguas del Atlántico están más cálidas y son más propensas a desarrollar actividad ciclónica para las tierras caribeñas. Podríamos decir que hace unos años este anuncio no era tan amenazante para los puertorriqueños. Pero luego de María, cualquier indicador de temporales provoca tensión y dificultad en la mente de nuestros hermanos.

De las cosas más difíciles que nos ha tocado en relación al huracán es que el tiempo sin energía eléctrica ha sido muy extenso. Para muchos de nosotros, tomó entre 4 y 6 meses, mientras para otros, todavía se sigue prolongando. Es el efecto de vivir a oscuras y estar desconectados de la realidad de muchos. Por lo que el huracán, además de afectar nuestras residencias y edificios, también lleva a la tenebrosidad del miedo del porvenir.

Además, esta semana, un estudio de una reconocida revista médica de la prestigiosa Universidad de Harvard, señaló que en Puerto Rico hubo 4,645 muertes a raíz del huracán. Si ciertamente, para muchos la cifra es muy alta, no vemos la muerte de los vecinos como uno de los efectos inmediatos del ciclón, sino como unos que ocurrieron en el deterioro posterior del huracán.

Como iglesia, hemos estado reflexionando sobre la importancia de ser comunidad, de servir al otro, de dar. Hoy, queremos destacar la importancia de compartir nuestra historia de esperanza. Es lo que Jesús dice desde el monte acerca de ser sal y luz en el mundo. Pero la luz del evangelio no puede ser como aquella que requiere de baterías que se agotan y pierden su potencia. Somos luz cuando alumbramos por la palabra que está en nuestros corazones.

Iglesia Metropolitana, Dios nos ha llamado a ser luz del mundo, aunque los vientos huracanados se apoderen de nuestro terruño. Seremos luz en las penumbras más densas de la noche. Contaremos nuestra historia que ya está conectada con la gran historia de quien nos dio luz para una nueva vida. La temporada de huracanes no la podemos evitar, pero el carácter potente del evangelio lo podemos emular. Amar la iglesia es amar a la gente. Amar la gente es compartir esperanza de vida en Cristo.

¡Bendiciones!