El yelmo de la salvación

Comienzo mi reflexión definiendo las palabras: yelmo y espada. El yelmo es parte de una armadura antigua que cubría y protegía la cabeza y el rostro del soldado. Espada es un arma blanca de dos filos que consiste básicamente en una hoja recta cortante y punzante.

El apóstol Pablo nos exhorta a tomar el yelmo de la salvación. En todo momento debemos estar seguros de que somos salvos, porque en su infinita misericordia Dios nos escogió. No porque lo merezcamos, sino porque Jesús murió por nosotros para darnos la salvación.

La espada del espíritu, en Hebreos 4:12, según la NTV lee: “Pues la palabra de Dios es viva y poderosa. Es más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra entre el alma y el espíritu, entre la articulación y la médula del hueso. Deja al descubierto nuestros pensamientos y deseos más íntimos.” La palabra de Dios es una espada de doble filo, y cuando la decimos con nuestros labios, esa espada espiritual cumple su objetivo el cual debe ser para edificación y no destrucción.

En este momento histórico que estamos viviendo y ante la incertidumbre de la pandemia, me he aferrado mucho en la oración y lectura de la palabra. Principalmente presentando a aquellas personas que se encuentran en primera línea de defensa ante esta guerra. Personalmente he visto cómo la mano de Dios ha cubierto a mis hijos, familiares y amigos que diariamente deben salir a trabajar ya sea a hospitales, aeropuertos, supermercados y otros servicios esenciales. También por aquellas personas que han perdido sus trabajos y luchan día a día por reinventarse y salir hacia adelante en este tiempo incierto. Al recurrir a la palabra de Dios, he encontrado alivio con los siguientes versículos:

-Salmo 91:7 “Caerán a tu lado mil y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará”. 

- Salmo 97:10 “No te sobrevendrá mal ni plaga tocará tu morada”.

- Jeremías 29:11 “Pues yo sé los planes que tengo para ustedes-dice el Señor. Son planes para lo bueno y no para lo malo para darles un futuro y una esperanza”.

Diariamente debemos orar. La oración no cambia a Dios, pero sí nos cambia a nosotros y nos permite mirar al futuro con esperanza. La oración es el aceite que lubrica la espada (la palabra), y como olor fragante llega a nuestro Señor. Con estas piezas de la armadura, seremos más que vencedores y estaremos firmes.

Dios los bendiga,

Gloria Marrero