La paradoja que nos arropa

Estamos acostumbrados a escuchar que el trabajo fuerte paga. Que si nos fajamos, logramos las metas. Entendemos que quien hace las cosas de manera correcta, recibe buena recompensa y quien hace lo incorrecto, recibe algún castigo o pena por sus acciones. Ciertamente, eso es el mundo ideal y hasta cierto punto, es lo que pudiera ocurrir en un número significativo de los casos. No obstante, hay otros a quienes las acciones de justicia los llevan a la condena y quienes hacen lo impropio adquieren el reconocimiento y distinción de las masas. Es la paradoja de la vida, donde no siempre experimentamos lo que entendemos que debiera ocurrir.

Esos estados de ánimo nos llevan a caer en la paradoja. Me refiero a los momentos cuando no logramos satisfacción. Las interrogantes de los eventos y estados de ánimo que tenemos, abordan nuestra mente y nos llevan a emociones de profundo dolor y de abandonarlo todo. La manera en cómo nos sentimos pudiera identificarse como dice el autor de Eclesiastés, en que “todo es pura vanidad”. Otras versiones destacan que todas las cosas son ilusas, absurdas y sin ningún tipo de sentido. Cada uno de estos eventos que suceden amarrados con las cosas que pensamos, nos llevan a meditar con profundidad cuál es el significado de las cosas. ¿Por qué trabajar tanto? ¿Qué buscamos en la vida? ¿Cuáles son las cosas que son verdaderamente importantes?  Todas estas interrogantes son legítimas.  No puede haber espacio para cancelarlas ni ridiculizarlas.

Podemos leer en Eclesiastés: “Todo es indecible fastidio y fatiga. Por más que vemos, jamás nos satisfacemos; por más que oímos, no estamos contentos. La historia es simple repetición. Nada hay realmente nuevo; todo ha sido hecho o dicho antes. ¿Puedes tú indicar algo que sea nuevo? ¿Cómo sabes que no existió ya en remotas edades? No recordamos lo ocurrido en aquellos tiempos antiguos, y en las futuras generaciones nadie recordará lo que hayamos hecho ahora” (Eclesiastés 1:8, NBV).

Somos muchos los que en algunas ocasiones, nos hemos hecho estas preguntas personales. Algunos pudieran pensar que son resultado del pesimismo. Otros, tal vez apuntan a la depresión y la ansiedad. La realidad, es que como lo leemos en el libro de Eclesiastés, no estamos exentos de estas cosas. Se vale llorar, cuestionar y pensar. Se necesita que nos enfoquemos en aquello que nos puede dar un nuevo giro por encima de lo que quisiéramos que ocurra o entendamos que deba ocurrir. Tal vez, hace falta retomar nuestra visión de quien es Dios y lo que es la vida como oportunidad de servicio.

Roberto Benigni, en su película, La vida es bella, que fue galardonada como la mejor película Oscar de 1997, lo dijo de esta manera: “Los girasoles se inclinan ante el sol, pero si los ves demasiado inclinados, significa que están muertos. Uno sirve, pero no se es un sirviente; servir es el arte supremo, Dios es el primer servidor; Dios sirve al hombre, pero no es sirviente de hombres.”

Tal vez, hace falta retomar el significado de lo que es la vida y cómo respondemos a ella. A fin de cuentas, la paradoja más grande es que  Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores”, (Romanos 5:8, NTV).  Bendita paradoja de vida, amor y esperanza que nos da un nuevo significado para vivir.

Bendiciones,

Eliezer Ronda Pagán