Donde comen dos, comen tres

Vengo de una familia nuclear de seis. Soy el tercer hijo de cuatro. Al ser de los menores, no siempre gozábamos de estrenar cosas ni tampoco de tener el primer acceso a los “beneficios” porque a fin de cuentas, había algún criterio de “seniority” con mis hermanos mayores. Así que, en el caso de mi hermana menor y yo, no estrenábamos ropa, mas bien la heredábamos de nuestros hermanos mayores.

Por otro lado, si le preguntabas a ellos, su versión era diferente. Lo que había sido de ellos, ahora no era exclusivo. Por nuestra llegada a la familia, ahora había que compartir. Así que las porciones de comida, no siempre iban a ser como los deseos de cada uno.  Debían ser una especie de cooperativa familiar. De lo contrario, lo que en un momento fueron porciones abundantes, pasaron a ser más sobrias y había que compartirlas.  Los comentarios en la mesa eran de insultos de afrentados o glotones. Para mis padres, el propósito era que todos comiéramos, aunque eso no era todo lo que estaba en el corazón de nosotros como hermanos.

Cuando íbamos a la casa de nuestros abuelos, el escenario se intensificaba, porque ahora no hablábamos de seis personas, sino de diez y en algunas ocasiones de catorce. Comernos lo de los demás, nos costaba una desafinada cantaleta de abuela o en algunos casos, la llegada de la chancleta voladora. Por eso, aunque el comedor es un espacio de comunión y compartir, también reconozco que es un lugar de tensiones de quienes nos sentamos para degustar de los manjares preparados para sustentar nuestras necesidades. De igual manera, la iglesia de Corinto tuvo varios eventos similares al compartir como un solo cuerpo.

 Desde el inicio de su carta, Pablo les exhorta a estar unidos y no adjudicarse si le pertenecen a Apolos, Cefas o a él mismo. Destaca que quien fue crucificado en la cruz era Jesús y no ninguno de aquellos extraordinarios mensajeros el evangelio. Este dilema de la comunidad de Corinto lo vemos arrastrado en prácticamente toda la carta. La iglesia, que se había convertido en una nueva plataforma de lo que era una nueva manera de hacer sociedad, se estaba corrompiendo por divisiones sociales. El lugar donde esclavos y libres, judíos y gentiles y de hombres y mujeres como espacio de unidad, se había distorsionado. La familia de la fe había aumentado, y eso requería ajustes al momento de recordar quienes somos.

Al traer el tema la Cena del Señor, Pablo aborda cómo es la actitud al celebrarla con dignidad. No era tiempo de abusos. Destacó que debía ser motivo de lo mejor, en lugar de lo peor (1 Corintios 11:17). Algunos habían tomado la delantera al momento de la cena y se comían las raciones de los demás y les dejaban sin lugar y comida. Al cenar, recordamos que Cristo es la cabeza y nos invita a un encuentro con Él. Nos convoca a ser comunidad y cuidarnos de no discernir el cuerpo del Señor con propiedad. Por eso, en la Cena del Señor, al examinarnos debemos, sobre todo, tener en cuenta discernir el cuerpo, es decir, reconocer al prójimo, cuidar de él, trabajar por la unidad y no ser egoístas. Afirmamos nuestra unidad como cuerpo de Cristo.

En mi casa, la comida no era para algunos. Era para todos. Compartir era norma, aunque no les gustara a todos. Nos toca hacer comunión e invitar a otros a un encuentro con Jesús. Después de todo, como decían nuestro jíbaros, donde comen dos, comen tres. En la mesa del Señor, hay espacio para quien no tiene de comer y así conocer el Pan de Vida que es Cristo Jesús.  Bendiciones, 

Eliezer Ronda Pagán