Mariposas en la barriga

¿Quién no se ha enamorado en la vida? Todos hemos pasado por eso. Me refiero a ese momento cuando hemos sentido ese cosquilleo por dentro o como algunos le llaman, mariposas en la barriga. Son emociones indescriptibles que nos hacen pensar en esa persona especial que nos agrada y nos emociona. Ese proceso de infatuación está lleno de sonrisas en la soledad, de emociones agradables y muy poca concentración en las cosas que debemos hacer. Nos cae lo que muchos llaman “daydreaming” por que no hacemos mas que pensar en esa persona significativa y nos hace sentir bien. Nos llena de mucha emoción saber y pensar en ella.

En esos momentos escuchamos canciones y leemos poesías. El romance nos atrapa y quedamos embelesados de añoro en el corazón de compartir con quien nos ha robado la atención.  El inconveniente radica en que la manera que la música popular ha “romantizado” las poesías tornadas en canción, hacen que  pensemos en el cortejo cuando hablamos del amor Así es que decimos que estamos enamorados y concluimos que tenemos mariposas en la barriga.

Sabemos que estar “enamorado” no necesariamente es amar. Mas bien es ese proceso de infatuación que con pasión irracional nos domina. Si ciertamente no invalidamos que el romance nos lleva al amor, debemos ser cautelosos en no reducir el amor a esas sensaciones. Si tales sensaciones no maduran, se tornan obsesivas y lejos de ser factores de sanidad, se forman en espacios de invasión a la dignidad del otro.

 Cómo iglesia, hemos abrazado que parte de nuestro ADN como cristianos se basa en el amor hacia los demás. Tal amor nos lleva a responder con humildad para dar por encima de lo que podemos recibir. Así lo dice la escritura: El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Dios nos demostró su amor enviando a su único Hijo a este perverso mundo para darnos vida eterna por medio de su muerte. Eso sí es amor verdadero. No se trata de que nosotros hayamos amado a Dios, sino de que él nos amó tanto que estuvo dispuesto a enviar a su único Hijo como sacrificio expiatorio por nuestros pecados” (1 Juan 4:8-10, NBV).

Pienso en la imagen del buen samaritano que socorrió al judío herido en el camino por ladrones. En el herido, estaba la perfecta oportunidad para vengar las malas relaciones entre judíos y samaritanos de muchas generaciones. Sin embargo, la escritura nos destaca que este hombre tuvo compasión de él y se ocupó de su necesidad. Tal vez, los sentimientos territoriales entre el uno y el otro no eran los mejores, pero lo amó para sanarlo y servirle. La palabra griega usada por compasión en ese texto es “splagchnizoma”, que literalmente significa que se le mueven los intestinos. En ese caso, amar no es tener mariposas en la barriga por quien nos gusta. Amar es sentir el malestar de quien no nos gusta y movernos a socorrerlo hasta que su vida sea restaurada como hemos sido amados.

 Después de todo, si es posible el malestar en la barriga siempre y cuando nos lleve a restaurar al otro.

 Bendiciones,

 Eliezer Ronda Pagán