Jesús anda sobre el mar

En seguida hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a Betsaida, en la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar; y al venir la noche, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra. Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar, y quería adelantárseles. Viéndoles ellos andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma, y gritaron; porque todos le veían, y se turbaron. Pero en seguida habló con ellos, y les dijo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban. Porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.

Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?

Venid a mí y descansad

En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; 30porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.

En las primeras dos lecturas vemos como un día común y corriente, sea en el trabajo, la escuela, el hogar.  De momento se complica, se convierte de un momento de paz, rutinario, en un momento de preocupación, angustia, ansiedad, provocada por algo que hicimos, o como con el COVID 19, algo de lo que no tenemos control. Situaciones como estas nos preocupan, angustian y nos quitan la paz.  En esos momentos necesitamos para nuestra estabilidad emocional y seguridad algo que nos provea un respiro, nos dé una esperanza. Esa esperanza, esa paz, esa certeza de que esta o tal situación tiene solución, tiene respuesta, que saldremos adelante, esa la tenemos en Jesucristo.

Sea que Él llegue a nosotros como en la fatiga de los apóstoles remando en el mar ventoso y bravío (cuando recibimos a Cristo como Salvador) o esté en nosotros como en la tormenta (cuando carecemos de la confianza que Él está con nosotros), Jesucristo siempre está a nuestro lado. Jesucristo es nuestra esperanza de vida, nuestra protección, nuestro auxilio, lo vemos cuando nos protege en nuestro diario vivir de situaciones difíciles en los trabajos, la calle, la familia y situaciones de salud. Sin embargo, para esto debemos tener fe en que Jesucristo, el Hijo de Dios, por quien todo es hecho, tiene el poder para cambiar todo lo que nos perturba y glorificarse al bendecirnos y prosperarnos.

¿Tenemos fe o solo vivimos una tradición? La fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve; esa fe que el Señor nos da para que estando muertos en nuestros delitos y pecados creamos en Jesucristo. Esa es la fe que mueve montañas, esa fe que nos lleva a confiar en que el Señor es nuestro Pastor, que nada nos faltará, esa es la fe que reside junto al Espíritu Santo en nuestros corazones cuando nos abrimos y reconocemos que somos pecadores.  Aceptamos a Jesucristo como nuestro único y suficiente salvador para vida eterna. Esa es la fe que agrada a Dios y con la cual oramos y le pedimos en el nombre de Jesucristo, el único mediador entre Dios y el hombre. Nosotros, los que tenemos la potestad de haber sido hechos hijos de Dios a través de Jesucristo, tenemos esa fe que nos cubre, nos protege y prospera en todos nuestros caminos difíciles y de bendición. Vivamos en Jesucristo para ver la gloria de Dios, quien es nuestra paz, nuestro respiro, nuestra esperanza de vida.

 Roberto Valines