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La luz más allá de los huracanes

El pasado viernes, 1 de junio, comenzó la temporada nacional de huracanes. Es el momento cuando se nos deja saber que las aguas del Atlántico están más cálidas y son más propensas a desarrollar actividad ciclónica para las tierras caribeñas. Podríamos decir que hace unos años este anuncio no era tan amenazante para los puertorriqueños. Pero luego de María, cualquier indicador de temporales provoca tensión y dificultad en la mente de nuestros hermanos.

De las cosas más difíciles que nos ha tocado en relación al huracán es que el tiempo sin energía eléctrica ha sido muy extenso. Para muchos de nosotros, tomó entre 4 y 6 meses, mientras para otros, todavía se sigue prolongando. Es el efecto de vivir a oscuras y estar desconectados de la realidad de muchos. Por lo que el huracán, además de afectar nuestras residencias y edificios, también lleva a la tenebrosidad del miedo del porvenir.

Además, esta semana, un estudio de una reconocida revista médica de la prestigiosa Universidad de Harvard, señaló que en Puerto Rico hubo 4,645 muertes a raíz del huracán. Si ciertamente, para muchos la cifra es muy alta, no vemos la muerte de los vecinos como uno de los efectos inmediatos del ciclón, sino como unos que ocurrieron en el deterioro posterior del huracán.

Como iglesia, hemos estado reflexionando sobre la importancia de ser comunidad, de servir al otro, de dar. Hoy, queremos destacar la importancia de compartir nuestra historia de esperanza. Es lo que Jesús dice desde el monte acerca de ser sal y luz en el mundo. Pero la luz del evangelio no puede ser como aquella que requiere de baterías que se agotan y pierden su potencia. Somos luz cuando alumbramos por la palabra que está en nuestros corazones.

Iglesia Metropolitana, Dios nos ha llamado a ser luz del mundo, aunque los vientos huracanados se apoderen de nuestro terruño. Seremos luz en las penumbras más densas de la noche. Contaremos nuestra historia que ya está conectada con la gran historia de quien nos dio luz para una nueva vida. La temporada de huracanes no la podemos evitar, pero el carácter potente del evangelio lo podemos emular. Amar la iglesia es amar a la gente. Amar la gente es compartir esperanza de vida en Cristo.

¡Bendiciones!