Abre mis ojos, Señor

“Abre mis ojos para que vea las maravillas de tu ley” (Salmos 119:18 )

Si buscamos responder a la pregunta ¿cuáles son las necesidades básicas del ser humano? Mas allá de la necesidad de subsistencia (comer, dormir, respirar y tener el cuerpo en funcionamiento) encontraríamos algunas de las principales respuestas de inmediato.  Algunas son: protección, amor, crecimiento, entendimiento, afecto, identidad, realizaciones, diversión, momentos de felicidad entre otros.  Para todas nuestras necesidades podemos encontrar guía, consejo y respuesta en la Biblia, la Palabra de Dios. A algunos se nos pueda hacer más fácil creer esta afirmación.  Otros, simplemente deciden no creerlo.  Mientras otros reaccionan como el discípulo Tomás, y dicen: “Hay que ver para creer”. Es cierto que nuestros ojos nos permiten apreciar nuestro entorno, nos ayudan a descubrir y conocer los alrededores, incluidos nosotros mismos.  A veces podemos encontrarnos en circunstancias que aún con los ojos en perfecto estado, teniendo una “visión (agudeza visual) 20/20”, no podemos apreciar verdades que nos rodean.  Esto lo comprendió el salmista al expresar en su oración que se encuentra en el Salmo 119:18 “Abre mis ojos para que vea las maravillas de tu ley”. Una oración que aunque parece simple encierra profundidad.  Pues en la misma el salmista reconoce quién es quién.  Puede abrir sus ojos, reconoce quién es el único que puede darle el entendimiento sobre la Palabra.  La ley es Dios.  Al escudriñar sobre este verso, me llamó la atención que el verbo “abrir” utilizado en este texto fue el mismo utilizado en la historia del profeta Balaam donde Dios le abre sus ojos para poder ver que frente a él estaba un ángel de Dios. La verdad de Dios, la Biblia solo puede ser entendida, comprendida, apreciada a través del Espíritu Santo quien nos abrirá nuestro entendimiento nos quitará el velo que nos trae el pecado y nos permitirá apreciar las maravillas de su verdad.

Los seres humanos fuimos diseñados con la capacidad de maravillarnos.  Nos ocurre con cosas nuevas, inesperadas, cosas hermosas, cosas grandes, misteriosas o desconocidas.  Todo eso lo podemos encontrar en La Biblia, la ley, la Palabra de Dios. Pero para encontrar, apreciar y admirar estas cosas maravillosas y extraordinarias, es necesario que nuestros ojos sean abiertos por Dios.  Me parece interesante que el salmista no pide ojos nuevos, no pide una revelación nueva. Tampoco pidió que se le cambiara la revelación o que se le diera una ley más fácil para entender. En la oración, el salmista reconoce que le fueron dado ojos.  Que hay una revelación que se le había dado, pero necesitaba que Dios le diese el entendimiento.  Importante lo que esto encierra, pues nuestros ojos no serán abiertos por la cantidad de versículos memorizados.  Tampoco por la cantidad de horas o frecuencia con que se lea la Biblia.  Nuestros ojos no se abrirán por la cantidad de predicaciones que hagamos, nuestros ojos no serán abiertos por solo nuestro esfuerzo humano. Aunque es bueno tener todas esas cosas, practicarlas no es suficiente. Tal vez por ello podemos pasar por circunstancias donde leemos la Biblia, escuchamos prédicas, nos exponemos a la Palabra de Dios y no sentimos nada.  No encontramos nada.  No sucede nada en nuestra vida. Comenzamos a leer, intentamos memorizar, predicar más y pensamos que en eso está la clave para nuestra vida, pero no.  No es en la mano humana, no es en nuestra sola acción.  Nuestro ojos y entendimiento no serán abiertos con nuestra capacidad o insistencia humana, no. Veamos a los fariseos. Eran eruditos, expertos de la Biblia, celosos y predicadores de la Palabra.  Pero aun así, sus ojos no estuvieron abiertos pues Jesús, la Verdad en persona, vino a ellos y no le reconocieron (Juan 1:11).  Nuestros ojos solo podrán ser abiertos cuando nos entreguemos a Dios en corazón sincero.  Cuando le pidamos que su Espíritu Santo sea revelado y nos dé el entendimiento para ver las maravillas de su Ley.  Pidamos a Dios que abra nuestros ojos para que podamos maravillarnos, pues como dice Louis Pasteour, “Maravillarse es el primer paso para el descubrimiento”. Accionemos, pidamos a Dios y permitámosle a Él abrir nuestros ojos.  Démonos la oportunidad de maravillarnos y descubrir su Verdad, la Verdad de Cristo en nuestras vidas. Que Cristo sea revelado en nuestra vida, en nuestro actuar y andar. Solo cuando la verdad de Cristo es revelada, toda necesidad es satisfecha, es cuando realmente seremos liberados y podremos vivir a plenitud. (Juan 8:31-38)

 Oración:

Señor, revela tu verdad en nosotros y ayúdanos a vivirla y compartirla.  En el nombre de Jesús, Amén.

 Carolyn Delgado